Blog donde recopilo lo (subjetivamente) mejor de fragmentos, artículos y reflexiones de textos místicos, religiosos, espirituales o filosóficos que me voy encontrando por mis peripecias literarias.

Retazos de los "Pensamientos", de Blaise Pascal.



-Corremos descuidados hacia el precipicio, después de que hemos puesto delante de nosotros algo que nos impidiera verlo

-No habiendo podido los hombres curar la muerte, la miseria, la ignorancia, han imaginado, para volverse dichosos, no pensar en ello.

-Si nuestra condición fuera verdaderamente dichosa, no nos sería preciso distraernos de pensar en ella para hacernos dichosos

-Es menester, se dice, recurrir a las leyes fundamentales y primitivas del Estado, que una costumbre injusta ha abolido. Es un juego seguro para perderlo todo; nada será justo con esta balanza. Sin embargo, el pueblo presta fácilmente oídos a estos discursos. Sacuden el yugo desde que lo reconocen; y los grandes se aprovechan de su ruina, y de la de estos curiosos examinadores de costumbres recibidas. Por esto es por lo que el más prudente de los legisladores decía que, para bien de los hombres, hay a menudo que deslumbrarles con trampa.
-Este perro es mío, dicen estos pobres niños; aquel es mi sitio al sol.
He aquí el comienzo y la imagen de toda usurpación en la Tierra.
-¿Por qué se sigue a la multitud? ¿Es en virtud de que ella está en razón? ¿O más bien en virtud de que es quien está en la fuerza?
-Nada puede hacer la fuerza en el reino de los sabios; no es dueña más que en el mundo de las acciones exteriores
-Se esconden entre el gentío y llaman al número en su auxilio. Tumulto.
-Uno no se fastidia de comer y dormir todos los días, porque el hambre y el sueño renacen. Sin esto se fastidiaría.
Así, sin el hambre de las cosas espirituales se vive en permanente fastidio.
Hambre de justicia: octava bienaventuranza.
-El pensamiento: ¡Qué grande es por su naturaleza, qué bajo por sus defectos!
-Por el espacio el Universo me comprende y me traga como un punto.
Por el pensamiento, yo lo comprendo a él.

-No es vergonzoso para el hombre sucumbir bajo el dolor, y sí lo es sucumbir bajo el placer. En el dolor el hombre sucumbe a sí mismo. En el placer, es el hombre que sucumbe al mismo placer.

-La grandeza del hombre es tan visible que se deduce de su misma miseria.

-Somos incapaces de no apetecer la Verdad, y somos incapaces de certidumbre a la vez. Este deseo se nos ha dejado tanto para saber adónde vamos como para sentir de dónde hemos caído.

-... Porque se teme a Dios, en el que no se tiene fe;
Los unos temen perderlo; los otros temen hallarlo.
-La justicia sin la fuerza es impotente, y la fuerza sin la justicia, tiránica.
-No hay nada más seguro que eso, que el pueblo será débil.
-la sensibilidad del hombre por las cosas pequeñas y su insensibilidad por las grandes denotan un singular trastorno.
-Creen haber realizado grandes esfuerzos para instruirse, cuando han dedicado
algunas horas a la lectura de algún libro de la Escritura, y cuando han interrogado a algún eclesiástico acerca de las verdades de la fe. Después de esto se las dan de haber buscado sin éxito en los libros y entre los hombres. Pero, en verdad, yo les diré lo que he dicho muchas veces: que esta negligencia no es tolerable.
-El mundo juzga bien de las cosas porque se halla en la ignorancia natural, que es la verdadera sede del hombre. Las ciencias tienen dos extremos que se tocan. El primero es la pura ignorancia natural en que se encuentran todos los hombres al nacer. El otro, aquel a
que llegan las almas grandes que, habiendo recorrido todo lo que los hombres pueden saber, encuentran que no saben nada, y se encuentran en esa misma ignorancia de donde partieron; pero es una docta ignorancia que se conoce a sí misma. Aquellos que han salido
de la ignorancia natural y no han podido llegar a la otra, tienen cierto barniz de esta ciencia suficiente y se hacen los entendidos. Perturban el mundo y juzgan mal de todo. El pueblo y los hábiles componen el tren del mundo; aquellos lo desprecian y son despreciados. Juzgan
mal de todo y el mundo juzga bien de ellos.
-Uno no se imagina a Platón y a Aristóteles, sino con sus grandes togas de pedantes. Eran gentes honradas, como todas las demás, que reían con sus amigos; y cuando se divirtieron en hacer sus Leyes y su Política, lo hicieron bromeando; es la parte menos filosófica y más seria de su vida; la más filosófica consistía en vivir sencilla y tranquilamente. Si escribieron de política, fue como para arreglar un hospital de locos; y si aparentaron hablar de ello como de una gran cosa, es que sabían que los locos a quienes se dirigían pensaban ser reyes y emperadores. En traban en sus principios para moderar su locura lo mejor que se podía.

-Pero, puesto que esta religión nos obliga a considerarlos siempre, mientras estén en esta vida, como capaces de la gracia que puede iluminarles, y a creer que en poco tiempo pueden hallarse más llenos de fe que lo estamos nosotros, y que nosotros podemos, por el contrario, caer en la obcecación en que ellos se
encuentran, hay que hacer por ellos lo que quisiéramos que se hiciera por nosotros si estuviéramos en su lugar, y moverles a tener piedad de sí mismos y a dar por lo menos algunos pasos para que prueben a ver si encuentran luz.

-Creen buscar sinceramente el reposo, y en realidad no buscan sino la agitación.
Tienen un secreto instinto que les lleva a buscar en el exterior el divertimiento y la ocupación, instinto que procede del resentimiento de sus continuas miserias; tienen otro secreto instinto, residuo de la grandeza de nuestra primera naturaleza, que les hace conocer que la felicidad no se halla efectivamente más que en el reposo y no en el tumulto

-Quien se considere de tal suerte se espantará de sí mismo y, considerándose sostenido en la masa que la naturaleza le ha dado, entre esos dos abismos del infinito y de la nada temblará a la vista de maravillas tales; y yo creo que su curiosidad se tornará admiración y estará más dispuesto a contemplarlas en silencio que a inquirirlas con presunción

-Se cree, naturalmente, ser mucho más capaz de llegar al centro de las cosas que de abarcar su circunferencia; la extensión visible del mundo nos sobrepasa visiblemente; pero como somos nosotros los que sobrepasamos las cosas pequeñas, nos creemos más capaces de poseerlas, y, sin embargo, no hace falta menor capacidad para llegar hasta la nada que para llegar hasta el todo; y es menester tenerla infinita tanto para lo uno como para lo otro, y me parece que quien hubiera comprendido los últimos principios de las cosas podría llegar también a conocer hasta el infinito. Lo uno depende de lo otro, y lo uno conduce a lo otro. Estos extremos se tocan y se reúnen a fuerza de estar alejados, y se
encuentran en Dios y solamente en Dios.

-Hay que comenzar por aquí el capítulo de las potencias engañosas. El hombre no es sino un sujeto lleno de error, natural e indeleble, sin la gracia. Nada le muestra la verdad. Todo le engaña; estos dos principios de verdad es, la razón y los sentidos, aparte de que
carece cada uno de ellos de sinceridad, se engañan recíprocamente el uno al otro. Los sentidos engañan a la razón por falsas apariencias; y esta misma celada que tienden a la razón la reciben a su vez en ella; la razón toma su desquite. Las pasiones del alma perturban los sentidos, produciéndoles impresiones falsas. Mienten y se engañan a porfía.

-La eternidad de las cosas en sí mismo o en Dios tiene también que pasmar a nuestra pequeña duración. La inmovilidad fija y constante de la naturaleza, la comparación con el cambio continuo que acontece en nosotros tiene que producir el mismo efecto.
Y lo que remata nuestra impotencia para conocer las cosas es que ellas son simples en sí mismas, y nosotros estamos compuestos de dos naturalezas opuestas y de distinto género: alma y cuerpo.

-Un hombre pasa su vida sin aburrirse jugando todos los días un poco. Dadle todas las mañanas el dinero que puede ganar cada día, con la condición de que no juegue: le haréis desgraciado. Se dirá tal vez que lo que busca es la diversión del juego y no la ganancia. Hacedle, pues, jugar sin apostar; no se encenderá y se aburrirá. No es, pues, la simple diversión lo que busca: una diversión lánguida y sin pasión le aburrirá. Es menester que se encienda y se pille a sí mismo, imaginándose que sería feliz ganando lo que no quisiera que se le diera, a condición de no jugar, con el fin de que se forme un motivo de pasión, y que con él excite su deseo, su cólera, su temor, por el objeto que se ha
formado, como los niños se asustan de la cara que se han embadurnado.

-Nuestra inteligencia posee, en el orden de las cosas inteligibles, el mismo rango que nuestro cuerpo en la extensión de la naturaleza.


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