Blog donde recopilo lo (subjetivamente) mejor de fragmentos, artículos y reflexiones de textos místicos, religiosos, espirituales o filosóficos que me voy encontrando por mis peripecias literarias.

Crónica de un retiro Vipassana

Entre el 25 de diciembre de este pasado 2014 y el 6 de enero del presente 2015, estuve aislado en un retiro de meditación Vipassana, en el centro Dhamma Neru, ubicado en Santa María de Palautordera (Catalunya).

Se trataba de una estada que consistía en obedecer una serie de preceptos (entre ellos votos de silencio y castidad absolutos) y realizar durante unas 10 horas al día meditación Vipassana en una sala conjunta, aislados de cualquier estímulo externo (nada de teléfonos, tablets, libros..).
El retiro inicial tiene una duración prevista de 10 días enteros, más la tarde del día de llegada y la mañana del de salida, con posibilidad de marcharse cuando se quisiera.
Estricta segregación por sexos tanto en sala como en habitaciones y comedor.

Mi experiencia personal en tan singular Navidad fue bastante desagradable, una verdadera lucha para el dominio de hábitos y tendencias. Me explico:
Por aquel entonces recién había terminado una relación más o menos irregular con una chica absolutamente desequilibrada (prefiero pensar, a pesar de la evidencia de los actos, que solo era desequilibrio, sin maldad) que me había llevado al borde del ataque de ansiedad diario.
Acababa de abandonar mi piso compartido en la capital y volvía a casa de mis padres, en un pueblo de montaña dónde paradójicamente, no conocía a casi nadie aún habiéndome criado allí.

Entonces entré en un estado de semi-apatía y total conformismo y ausencia de lucha, resignado ante aquella perspectiva y cualquiera que me mandara la vida, el cual creí sumamente adecuado y provechoso, pues meditar era básicamente a mi entender, hacer Nada.

El primer día fue anecdótico y dominado por la sorpresa: descubrir el sitio, comida conjunta - ya vigente el voto de silencio - y pequeña charla explicativa antes de ir a dormir.

A partir de ahí empezó el retiro propiamente dicho: a las 4 de la mañana suena un gong, y nos dirigimos a la sala de meditación, una sala libre de estímulos con poca luz, mantas y zafus (cojines de meditación) dispuestos ordenadamente para cada individuo.

La idea de la meditación que nos enseñaron es sumamente simple. Y todos sabemos que lo sumamente simple puede ser sumamente complicado.
Se basa en sentarse en una postura que no requiera ni excesiva tensión ni excesiva relajación (loto es ideal, si puedes hacerlo) y concentrarte en como entra y sale el aire de la nariz.
5 minutos de instrucción y al lío.

Al cabo de una hora ya empezaron las vocecitas internas:
"Bueno, es aburrido, pero total voluntario, puedo irme cuando quiera...me quedaré aquí sin más, no es tan difícil"

A las 6 de la mañana desayuno, y a las 11 comida (sin merienda ni cena) ambos estrictamente veganos, a excepción de la leche de vaca, opcional (único ingrediente de origen animal del menú diario).

Al final del día ya estaba bastante confundido sobre qué estaba haciendo yo allí.

El segundo día transcurrió parecido al primero.

A mediados del tercer día ya estaba yo considerablemente mosqueado, con mi mente a toda pastilla y unos deseos vehementes de abandonar el lugar o simplemente, gritar qué locura era aquello. Empecé a dormir mal.

Alrededor del cuarto día nos enseñaron lo que era propiamente la meditación Vipassana (la anterior resultó ser Anapana, una especie de práctica previa).
Vipassana se basa a grandes rasgos, en estar atento a las sensaciones corporales. Primero centrándonos en zonas pequeñas, luego en el cuerpo en su totalidad.

Al sexto día, 31 de Diciembre, ya no pude más y solicité entrevista con el profesor, diciéndole que simplemente no dormía y quería irme.
"Bueno, eres libre de hacerlo, pero si no duermes, esa es tu realidad en ese momento, puedes observarla"

Dicho así, parece una frase de tres al cuarto.
Y de hecho, lo es.
Pero en boca de aquel hombre que parecía de otro mundo (en algún post quizás cuente por qué) me tranquilizó.

Así que pasé al año nuevo ahí encerrado en aquella rutina monacal, pasándome horas en la sala de la muerte, así es como la bauticé (interiormente, por supuesto, pues tenía prohibido hablar) pero aún pensando que en cualquier momento me largaba de ahí sin más.
En ocasiones durante la meditación llegaba a sudar de pura frustración e incomodad. Incluso llegué a tener algún espasmo (más tarde supe que era algo relativamente habitual en principiantes)

Cabe decir que a partir del tercer día más o menos, no se efectúan las 10 horas diarias reales que deberían ser, pues algunas horas a partir de este día se establecían como de meditación "privada" en las habitaciones compartidas, lo cual rápidamente convertimos en sinónimo de dormir o mirar el paisaje, en la mayoría de ocasiones.

Bien, el día importante fue el séptimo por la tarde.
¿Por qué? Pues porque hubo el cambio de actitud.
Dejé de pensar menuda tortura, voy a irme, o simplemente bah, que pasen las horas, a decir bien, ya que me voy a quedar aquí, saquemos provecho de esto.

Hasta el séptimo día tuve que esperar para esto.

Pensé "He luchado contra un retiro al que asistí voluntariamente hasta el séptimo día. Espero llegar a aceptar con calma y serenidad las vicisitudes de la vida antes de los setenta."

Y así el octavo y el noveno día fueron realmente de meditación más o menos concentrada, dónde aprendí mucho sobre conciencia corporal (para mí casi desconocida) y como un acto de atención puede generar reacciones físicas explícitas en el cuerpo. También aprendí de una forma muy básica, como manejar y recorrer la energía a través del cuerpo.

Al décimo día ya se nos permitió hablar entre nosotros y como era de esperar todo fueron bromas, espectacular entusiasmo y camaradería luego de tantos días de restricción, y se levantó también la segregación por sexos, así que pudimos conocer algunas de las chicas que, a oscuras, veíamos a contraluz al entrar en la sala de meditación.

La conclusión, en síntesis, de mi práctica, se resume en la sentencia que me vino a la cabeza al terminar: "Los buscadores de oro cavan muy profundo y hallan muy poco".
Mucha persistencia y paciencia para avances que - al menos en el mundo acelerado de hoy - parecían, como mínimo, lentos.

Al final de ese mismo día se nos enseñó Metta, una meditación basada no tanto en la austera y llana observación, sino añadiendo un elemento más humano: en ese se podía utilizar los sentimientos, en particular el Amor.

Dormimos, y a la mañana siguiente hicimos las horas de meditación matinal, desayuno, limpiar y ordenar el centro, y despedida.

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